14 marzo 2007

ILUSION




El se levanta de la cama muy despacio, con la intención de no molestar el sueño de ella y que siga soñando. Lo que él no sabe es que ella se despertó hace mucho tiempo, no recuerda ya cuantos años han pasado desde aquel día que simplemente dejó de dormir y se mantuvo lo más quieta posible en la cama para no perturbar el sueño de él.


Se aseó con mucho cuidado de no hacer ruido, se afeitó, se peinó con esa gomina nueva que dicen que no se nota, a fin de cuentas hay que estar a la moda. Se vistió con sus pantalones de domingo y su camiseta. Ahora tocaba asearla a ella.


Calentó el agua en la bañera, fue a despertarla y poco a poco, como siempre haciendo números, consiguieron que entrara en la bañera y se sentara en la silla que había dentro, preparada para el baño. Con calma, paciencia y mucho cariño, fue frotando muy despacio cada arruga, cada parte de su piel, mientras le contaba lo que había escuchado en las noticias mientras se afeitaba. Una vez que estubo limpia, la secó con esmero y la peinó como cada día, la miró a los ojos y volvió a recordar a su niña adorada, a la mujer con la que se había casado, a la madre de sus hijos, al amor eterno que lo llenaba por dentro y le hacía volcar el corazón de alegria y de esperanza. La maquilló con tonos pastel, que eran los que a ella más le gustaban, le pintó los labios de rosa, la experiencia de 20 años haciéndolo a causa del parkinson de ella lo habían convertido en un profesional de la estética.


La vistió con colores vivos y radiantes, se terminó de vestir él y, bastón en mano, salieron los dos al rellano, para tomar la calle principal que los llevaria al paseo maritimo, donde les esperaban las cenizas de todos sus queridos que se habían marchado antes, y así contarles las cosas nuevas de casa, de la familia, evocar recuerdos, reirse con las anécdotas comunes, y recordarles que esperaban verlos allá en la luz, cuando les llegara el momento.


Luego, a comer algo suave, y al salir de allí, corriendo con alegria, como quien sale de una agradable visita, se sentaban en la plaza a tomar el helado de chocolate más grande y sabroso del lugar, un solo vaso largo, pero dos cucharas, él pila de inmediato la cereza, ella se adueña, sonriendo, de la nata y el helado a medias con cada uno su barquillo. Y una vez acabado, volver a la casa, a ese hermoso refugio que tanto amor contenia, y que tantos recuerdos revivía, hasta el día siguiente cotinuar con el mismo ritual.

Con la misma Ilusión.