21 octubre 2007

EL FIN O EL COMIENZO......¿?


"El miedo, ese dragón oculto que todos llevamos dentro"

El lunes pasado (15 de octubre), por la mañana, fuí a la cita que tenía con una especialista, por un problema de salud que llevaba evadiendo más de 4 años, por miedo. Sí, había dejado transcurrir todo ese tiempo porque tenía miedo de enfrentarme a una operación quirúrgica que era lo menos grave que iba a sucederme. Allí estaba, a las 12:20 en punto, temblando como un flan, sola entre multitud de gente, esperando a ser llamada para entrar y recibir la fatal pero esperada noticia. Entré, seguida de la sonrisa de la enfermera y de la doctora (mal rollo, me dije, esto es para suavizar, mejor me calmo y escucho bien). Tras cerrar la puerta, sentarme y respirar hondo esperando me dijera todo lo que durante años estuvo rondándome en la cabeza y que la operación era inevitable, me dijo: Todo está bien niña, los resultados son como los de una niña de 20, estás perfecta, los dolores y el malestar, las irregularidades y todo lo demás, lo vamos a regular con un tratamiento hormonal, pero de operación nada que ver, estás como una rosa. Le pedí que me lo repitiera y nuevamente me lo dijo: "estás perfectamente bien en todo".
Dios, más de cuatro años pensando que tenía algo grave por culpa de un mal diagnóstico médico, y resulta que no tengo nada de nada, y que mis miedos eran todos infundados. Decidí no regañarme más por haber pasado tanto tiempo en ese trance y aprovechar para soltar esa carga de una vez por todas. Cuando se lo diga a mi médico de cabecera va a estar feliz por el paso que dí al enfrentarme a ese miedo, con todas sus consecuencias.
Me doy cuenta que, aunque sea poco a poco, voy dando pasos de gigante para ser responsable de mi misma cada día más, y para asumir retos que en otro momento evitaba con cualquier excusa.
Estaba feliz con el resultado y más aun con el tratamiento no agresivo que debo llevar y que se complementa perfectamente con el que llevo de la depresión (y que aun no rebajo, mientras el médico así lo decida).
Llamé inmediatamente a mi amigo "que me saca a pasear" para darle la buena noticia. Sabía que iba a interrumpir su momento de mudanza, pero la noticia valía la pena, porque él también estuvo preocupado con mi preocupación.
Me atendió somnoliento. ¿Estás bien? le pregunté. -No- me contestó. ¿Ya hiciste la mudanza? le pregunté -No, no soy capaz-. El odia demasiadas preguntas juntas, así que le conté lo del médico y seguí: ¿Comiste?, volvió a contestar con un "no" desganado. Voy ya para tu casa, sentencié.
En cuanto pude verle la cara, mucho después de abrirme la puerta, ví en sus ojos todo lo que le pasaba. ¿Qué te tomaste? -Nada- fuí a su habitación y allí encontré un montón de blisters vacíos de pastillas ansiolíticas, de las más fuertes (él trabaja en sanidad y tiene acceso a lo que quiera). Se caía por los pasillos, yo lo levantaba y le decía que tenía que decirme que había tomado. ¿Para qué? me repetía. Le dí el recipiente que le llevé con comida y le dije "come", con una firmeza y autoridad que ni siquiera yo sabía que tenía. Comió todo mientras yo ponía un poco de orden en su casa, tiraba los blisters (ya sabía lo que era) y bajaba la basura. Cuando subí lo encontré frente al plato vacío, durmiendo. Lo desperté y le planté una botella de agua grande, le dije bebe, tomo un sorbo, y le dije, no! toda!. No lo dejé dormir hasta que no acabara la botella. Lo sujeté y lo puse a caminar. A las dos horas estaba mejor. No hablaba bien, no coordinaba, y me acordé cuando me hicieron daño las pastillas que me habían recetado al principio de la depresión, y ver su cara era un poema, estaba azulado. Pero ya estaba mejor. Le dije que no podía quedarse solo, que tenía que venirse a mi casa, o a casa de su familia, así que accedió a venir a mi casa. Alex y yo le preparamos una habitación y le ayudamos a ponerse cómodo. Le hice una cena ligera y lo dejé dormir. Al día siguiente llamé a su médico, que apenas me hizo caso, le conté lo de las pastillas y me dijo que si lo notaba nervioso lo llevase al hospital para que le pusieran una inyección que cortaría todo el efecto, le dije que no estaba nervioso, que estaba dopado, dormido, que no daba caminado y que además estaba muy triste. Me dijo, entonces no hagas nada, déjalo dormir, es depresión (vaya por Dios, me voy a poner a ejercer la medicina, éste hombre me descubrió América). Claro que es depresión, le dije, quiero que me digas si lo puedes atender o no, y que tengo que comprarle o darle. Nada, me dijo, déjalo dormir y aléjalo de las pastillas. Alejarlo de las pastillas, jeje, si ni siquiera podía dar un paso fuera de la cama. Llamé a su madre, para que no se enterara de lo que estaba pasando por el médico, le dije que estaba mejor, pero que se siente solo, que estaba en mi casa y que no se preocupara, pero que quería que lo supiera por mí y no por otras personas. Me lo agradeció y llamó a una de sus primas. Vino inmediatamente para llevárselo y para quitarme a mi la carga, pero le dije que no era necesario, que lo importante era que él se sintiera acompañado y arropado, y que no le riñeran. Ese día vinieron mis amigas a visitarlo y estuvimos echando broma para animarlo, ya estaba un poco mejor y no lo dejábamos hablar de lo que había pasado, no era el momento. Durmió bien toda la noche y por la mañana vino su prima con su madre para verlo. Fue un momento bonito. Yo no sabía que había roces entre ellos, y ese fue un momento de reconciliación para todos.
Recogió algo de ropa y se fue a casa de su prima, donde estaría con la familia de ella, y con su madre cuidándolo. Durmió allí y se recuperó bastante en esas horas. Pero al día siguiente les dijo que se quería venir a mi casa. Me llamaron y me preguntaron si podía, les dije que si. Volvió y se quedó a dormir en su habitación, volvieron a visitarlo mis amigas y se veía mucho mejor, por lo menos ya no se tambaleaba tanto. Al día siguiente me dijo que quería ir solo a su casa, que tenía muchas cosas que hacer, que se iba a podrir la comida, que había que ventilarlo y regar las plantas, en fin, miles de excusas para volver a estar solo. Le dije, sí? genial. Y lo llevé a casa de su prima. Le comenté que ya estaba como siempre, comenzando a "mandar" y desobedecer, y que no quería dejarlo sólo en su casa, pero que así no podía estar conmigo. Así que luego de hablar con él, su madre recogió sus cosas y se vino a su casa para atenderlo allí. Ahora están allí los dos, lo llamo de vez en cuando (unas 4 o 5 veces al día) para saber como sigue y por si necesitan algo. Se le nota más contento, los mimos y cuidados de su madre han sido el mejor remedio. Y ya no se le traba la lengua para hablar, ni piensa en las razones por las que tomó tantas pastillas.
El no lo sabe, pero ahora comenzará un nuevo camino. Tendrá que ponerse en las manos de un médico más cualificado que el que ahora tiene, seguir un tratamiento y comenzar a vivir el presente.
Contándole todo a una amiga por teléfono me dijo, ¿qué? ¿donde está ahora tu depresión? y le dije, ¡no está!. Pues ese es el mejor aprendizaje. Y tiene razón.
Para mis chicas noveleras, que pensaban que esto terminaría en un idílico romance, lo siento... ;) La realidad es menos romántica, pero es la única verdadera. Como dice Alex (mi hijo) ahora tenemos más amigas y amigos (la familia de mi amigo). Y yo he conseguido mi equilibrio, he tomado decisiones, he enfrentado algo para lo que pensé que no estaba preparada, he conseguido no caerme, y me he sentido bien conmigo misma por todo lo que conseguí en mi interior, lo que descubrí que soy capaz de hacer, y todo lo que ello me ha hecho crecer.
Dentro de poco mi amigo "que me saca a pasear" se irá, y me convertiré en su amiga "que lo saca a pasear", pues 80 kilómetros (ó 10.000Km si fuera el caso), como ya sabemos, nunca es distancia para una verdadera amistad.


Tengo problemas con el ordenador,
y por ello no he podido visitarlos como siempre.
Espero solucionarlo en esta semana.
Os dejo millones de besos, mimos y caricias